Los Jaguares en Panamá no serían lo mismo sin el renombrado fotógrafo profesional de fauna y naturaleza, Eduardo Estrada. A través de esta experiencia, nos sumerge en un mundo de maravillas naturales vista desde su lente experta.
Así, Eduardo comparte con nosotros experiencias únicas en la selva tropical panameña y desvela los secretos detrás de las cautivadoras fotografías de estos majestuosos félidos.
Un vínculo de infancia inquebrantable
Desde los albores de mi infancia, hasta los tiernos cinco o seis años, conservo recuerdos que brillan con la intensidad de ayer. En aquel entonces, una fascinación ardiente me llevaba a explorar un zoológico lúgubre y siniestro, el único de su tipo en mi país.
Aunque en retrospectiva, lo que resultaría siniestro para cualquier persona se convirtió en un un rincón mágico e irreemplazable. Dentro de sus paredes, este lugar albergaba criaturas de todos los rincones del mundo. Sin embargo, mi rincón favorito era el hogar de los majestuosos félidos y panteras. Allí, entre barrotes descascarados y mallas grises, atravesaba sus pasillos donde el olor, hoy percibido de manera distinta, se fundía con mi fascinación.
Leones y tigres captaban toda mi atención pero sin duda, mis ojos sentían predilección por la majestuosa jaula del único jaguar que habitaba allí.
La inesperada amistad con el Jaguar de Panamá
Majestuoso, grande y poderoso, el jaguar de Panamá se alzaba como una criatura de belleza indescriptible. En mi temprana ignorancia e inocencia, lo consideraba mi fiel amigo.
Sin importar lo lejos que estuviera o cuán profundamente dormido reposara, siempre se acercaba a mi. ¿Acaso era yo su anhelo en medio de la rutina de su refugio, un pequeño resplandor en su vida impenetrable?
Esta conexión era para mí un lazo inquebrantable, un vínculo con la majestuosidad de la naturaleza que me rodeaba.
De hecho, podría decir que cada encuentro con este esquivo panterino se convertía en un capítulo de mi vida, en el latir de un corazón compartido en la vastedad de la selva panameña.
El despertar de una pasión
Durante mis años de escuela secundaria, alrededor de 1984, mi padre me obsequió una revista de National Geographic que cambió el rumbo de mi vida.
Recuerdo el icónico marco amarillo en la portada, con una imagen de un majestuoso félido moteado descansando en un árbol.
Además, la revista era de mi año de nacimiento, una coincidencia extraordinaria que alimentaba aún más mi amor por los grandes felinos. Sobre todo, porque fui criado en una familia humilde y mi padre, un hombre trabajador de orígenes aún más modestos, se esforzaba por estimular mi educación.
Como resultado de mi pasión, mi padre compraba esas revistas de segunda mano en quioscos, sin tener idea del impacto que estaban teniendo en mi mente.
Entre sombras y huellas de jaguares en Panamá
Durante mi juventud, forjé vínculos profundos con jóvenes que compartían mi pasión por la selva. Por esta razón, nos aventurábamos juntos en extensas jornadas de acampada y exploración por las montañas de Panamá, tejiendo una gran red de recuerdos y experiencias que aún rememoro. Igualmente, nos sumergimos en parajes que la civilización moderna ha transformado hasta, lamentablemente, resultar irreconocibles.
Fue en este contexto que, a la temprana edad de 14 años, viví un encuentro inolvidable con la enigmática sombra y las huellas de un jaguar. Navegando por la orilla de un río, más allá de Bayano, en las cercanías de Darién –el nombre del pueblo por el cual ingresamos ha escapado a mi memoria–, nos sorprendió la caída de la noche sin que hubiéramos hallado un lugar apropiado para acampar.
En medio de la oscuridad, creímos escuchar susurros en las sombras, y en repetidas ocasiones, cuando nuestra linterna se alzaba, el misterio continuaba sin desvelarse. Sin embargo, nuestra travesía nos llevó a cruzar un puente colgante en busca de refugio, y en ese preciso instante, algo mágico atrajo nuestras miradas.
En apenas un pestañeo y lapso de tiempo, logramos vislumbrar la fugaz sombra de una cola alejándose entre la densa vegetación. Inmediatamente, el temor nos embargó, y el ritmo de nuestros corazones se aceleró, impulsándonos a apresurar nuestros pasos.
Jaguar del Sur rugiendo.
Finalmente, encontramos un rincón donde acampar, aunque el sueño fue esquivo durante gran parte de la noche. La mañana siguiente nos condujo de vuelta al puente, y allí, en el lodo fresco del sendero, descubrimos las huellas recién marcadas que un campesino local identificó como rastros de jaguar.
En ese instante, una mezcla de asombro y gratitud me inundó por completo, ya que había tenido el privilegio de estar en proximidad con mi animal favorito, aunque tan solo hubiera podido vislumbrar su fugaz sombra.
El descanso de mi pasión
El tiempo avanzó, y con él, el colegio, la universidad, el trabajo y todas las demandas de la vida cotidiana. Por esta razón, mi pasión por estos magníficos seres quedó en suspenso, en un rincón de mi vida. Un tiempo después, la vida me otorgó la oportunidad de trabajar con jaguares en cautiverio, fotografiándolos y dándoles voz a través de mis imágenes.
Un encuentro transformador con el jaguar “Colorado”
Cada fotografía y cada instante compartido, transformaron mi vida de manera profunda y significativa. Ciertamente, fue en ese rincón de la selva donde sentí una conexión especial con una majestuosa jaguar a la que llamábamos Colorado, quien se convirtió en mi predilección al ser mi primera modelo félida.
Aunque también trabajé con otros jaguares, como Ancón y Darién, nombres que representaban su historia de rescate y retorno a la vida silvestre, Colorado siempre ocupó un lugar especial en mi corazón. Sobre todo, porque estoy firmemente convencido de que ella comprendía lo que buscaba en sus ojos penetrantes.
En una tarde solitaria, Colorado me regaló el instante que había anhelado durante toda mi carrera: la captura perfecta, la primera fotografía de un jaguar que no solo me gustaba, sino que me emocionaba. Hoy en día, esa imagen se encuentra inmortalizada en revistas, libros, y ha adornado tarjetas de crédito y otros productos. Con todo esto, se ha fomentado la conservación del jaguar, no solo en mi país, sino en toda América Latina.
Colorado avivó en mí el deseo ardiente de ser la voz de los jaguares en Panamá. Es más, sirvió como un grito de protesta dirigido hacia nuestra propia especie, la humanidad, para recordarnos la importancia de respetar su espacio y su vida en este delicado equilibrio natural.
Tras los Pasos de “Fiona”, la bebé jaguar
El destino me tenía preparada otra hermosa oportunidad al unirme a un equipo de personas valientes y profesionales dedicadas al rescate de Fiona, una cría de jaguar en Panamá. Es más, conviví estrechamente con la pequeña jaguar durante su crecimiento, siendo testigo de su desarrollo.
Lo demás es historia: He participado en búsquedas de jaguares y otros muchos animales desde helicópteros. Es por ello que he recorrido todo Panamá y aledaños recorriendo parques nacionales y parajes remotos en busca de majestuosos felinos.
El rugido eterno y la nobleza de los Jaguares en Panamá
Mi labor fotográfica se enfoca en mostrar una faceta diferente de estos depredadores, una imagen que revela su gentileza y nobleza. Ya hemos explorado suficientemente sus colmillos y su poder de ataque; no necesitamos más recordatorios de su poderío. El conflicto entre la vida silvestre y los humanos es producto únicamente de nuestra ambición.
Los jaguares en Panamá y todos los depredadores tienen un lado noble, y mi deseo es compartirlo con el mundo. De este modo, la humanidad podrá enamorarse de ellos y, eventualmente, sentir el deseo de conservarlos para conseguir que sus rugidos sigan resonando eternamente en la selva latinoamericana.
Y así, me enorgullezco en luchar y seguir siendo el fotógrafo de jaguares en Panamá, dando voz a aquellos que no pueden hablar por sí mismos.
¡Sigue al maravilloso Eduardo Estrada en su Instagram y Facebook!
¿Te has quedado con ganas de más? Lee su apasionante aventura al descubrir un nido de águila arpía en el Darién de Panamá, cuando sobrevolaba el país en helicóptero.